EDITORIAL
Mientras llega y no esta primera sidra, la oferta sidrero-gastronómica sigue destacando de forma imparable: fabes, callos, cachopos, pescados y mariscos convenientemente acompañados por sidra.
Pero sobre todo ahora estamos en temporada de oricios, ese manjar imposible de disfrutar si no es con sidra, y que como tantas otras cosas, ascendió de comida popular a prácticamente capricho de gourmet. Festivales del oriciu en Bañugues, Güerres, Ribeseya…. y oricios prácticamente en todas las sidrerías asturianas; una excelente perspectiva.
Todo anuncia un buen año para la sidra, salvo la vergonzosa amenaza que nos llega del “Principado” con un proyecto de ley en materia de drogas que equipara a la sidra con drogas como la heroína. Un nuevo despropósito que nos viene de quien en principio debiera defender nuestros intereses. En cualquier caso no parece que vaya a aprobarse con su redacción original y muy probablemente se vean obligados a mantener un estatus diferenciado para la sidra, no en vano la cultura asturiana de la sidra ha sido declarada Bien de Interés Cultural
Pero el daño ya está hecho, han desprestigiado a la sidra, y muy probablemente prohibirán su consumo hasta los 18 años. Una aberración sin sentido cuando la legislación asturiana, basada en nuestra cultura sidrera, obtiene muchos mejores resultados frente al alcoholismo en la juventud que la española, mucho más restrictiva. Parece que tenemos el enemigo en casa.
En otro sentido, la internacionalización de la sidra asturiana es un hecho imparable. Tanto la sidra tradicional como las nuevas sidras van estando presentes en los eventos internacionales, siendo cada vez más conocida y reconocida, generando un auténtico fenómeno de turismo sidrero que constituye de por sí un nicho económico que comienza a desarrollarse y que tiene una muy interesante proyección.
También vamos conociendo más a las sidras de otros países, y es importante que al igual que integramos las nuevas sidras que nos ofrecen los llagares asturianos, también vayamos apreciando sidras que se elaboran en otros países, que en última instancia también forman parte de nuestra cultura sidrera, porque ninguna sidra nos puede ser ajena.
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